Psicoterapia en Alcorcón

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PSICOLOGÍA Y PSICOTERAPIA

Como hemos indicado en el INICIO, hay grandes diferencias entre el trabajo de unos psicólogos y otros. Diferencias que tienen que ver, sobre todo, con la formación del psicólogo, su nivel de dedicación profesional y su experiencia. En este apartado vamos a dar algunas claves del trabajo que realizamos en Senda diferenciando tres aspectos: la planificación de la psicoterapia, las técnicas psicológicas que podemos usar y el proceso que podemos seguir.

1. SOBRE LA PLANIFICACIÓN DE LA PSICOTERAPIA

Previa cita telefónica, nuestro trabajo comienza con una primera entrevista de carácter informativo y gratuito. En ella nos hacemos cargo del motivo de consulta, lo escuchamos y lo valoramos. En esta primera entrevista acordamos los honorarios de las sesiones y marcamos un primer acercamiento al problema. Después, si la persona está de acuerdo, nos ponemos a trabajar.

En las sesiones iniciales contextualizamos el motivo de consulta, lo situamos en el contexto general de la vida y la historia de la persona. Desde este primer momento suelen aparecer conexiones inesperadas de los síntomas psicológicos con otros ámbitos o situaciones de la vida que antes no se habían relacionado. La cuestión inicial a plantear es “¿qué tengo yo que ver con esto que me está pasando?


Una vez establecido el contexto general, se suele acordar una frecuencia y horario más o menos regular de trabajo. La frecuencia puede mantenerse durante el tiempo que dure el tratamiento o variar en función de la evolución, el momento del proceso y las necesidades de cada tratamiento. Tanto la frecuencia como la duración de una psicoterapia se pueden valorar, pero no generalizar o asegurar. Cada caso y cada situación requerirá su propio proceso.


Una vez acordada la frecuencia y el horario de las citas, el objetivo general de la psicoterapia será utilizar todo el poder que adquiere la palabra para liberar o desahogar las tensiones o vacíos relacionados con los síntomas. Un síntoma psicológico no es otra cosa que la manifestación de palabras silenciadas, o de palabras tan excesivas y pesadas que dejaron heridas que siguen doliendo. Los síntomas nos bloquean como nudos que no dejan circular una cuerda, pero también permiten expulsar la tensión acumulada, como la caldera con exceso de presión que abre una válvula de emergencia para evitar la explosión. La palabras, bien usadas, pueden liberar del síntoma, canalizar esa tensión por otra vía, la del lenguaje que cura, que hace fluir los sentimientos, la creatividad, los deseos... Las palabras pueden establecer puentes, conexiones entre zonas aisladas o bloqueadas en nuestra vida y en nuestra historia. Pero ello requiere un trabajo, un tiempo, un cuestionamiento de nosotros mismos.

2. SOBRE LAS TÉCNICAS DE PSICOTERAPIA

Como enseñamos a nuestros alumnos en Educación Secundaria o en la Universidad, un psicólogo puede disponer de diferentes recursos y técnicas específicas para su intervención. Nosotros establecemos un principio general: saber escuchar. Escuchar para facilitar y canalizar la expresión de lo singular, de lo especial de cada persona. Intentamos evitar, por tanto, juicios prematuros o frenos en la expresión del dolor y los sentimientos. Intervenciones del tipo "no llores más" o "eso le pasa a mucha gente" no facilitan tal expresión. Es conveniente poder llorar y no generalizar o comparar los malestares.


No obstante, resultará importante establecer ciertos límites por parte del psicólogo, límites en la duración de la sesión y en la implicación afectiva. Los límites calman y canalizan los afectos que surgen en toda relación psicoterapéutica.

Otras consideraciones generales previas en nuestra psicoterapia podrían ser: abordar lo doloroso con decisión, sin mirar para otro lado; no tener prisa con los silencios; ser cuidadoso con demandas del tipo "tienes que..." o "debes de..." ya que pueden colocar al psicólogo en posición de censor o “amo” y reprimir la autonomía de la persona.

Respecto a las técnicas específicas de intervención psicológica que usamos, podemos establecer cuatro grupos generales. Cada grupo puede integrar diferentes técnicas y, como cada tratamiento es diferente, pueden aplicarse técnicas de diferentes grupos. Lo importante, y lo difícil, es saber aplicarlas en el momento adecuado del proceso. Una técnica puede ser muy beneficiosa en un momento, y no serlo, o incluso ser perjudicial, en otro. Veamos una descripción rápida de los cuatro grupos generales:


Grupo 1º. Técnicas psicológicas de reafirmación personal: apoyo, refuerzo, autocontrol, orientación ante situaciones problemáticas y anticipación de las posibles consecuencias peligrosas de una acto. Este primer grupo va dirigido preferentemente a reafirmar nuestra estabilidad y nuestra personalidad en momentos especialmente críticos, en los que hay un riesgo de desajuste psicológico importante o estamos sin recursos para poder afrontar una realidad dolorosa o peligrosa. Ejemplos concretos serían: enseñar autocontrol y relajación, transmitir cercanía y compañía, reafirmar lo positivo que uno tiene por lo que merece la pena luchar o orientar y aconsejar cuando es el momento.

Grupo 2º. Técnicas psicológicas de clarificación y comprensión. Dirigidas a aclarar, comprender, o descubrir lo particular de nuestra historia y nuestros síntomas. Entender mejor lo que sentimos a partir de nuestro propio relato. Esto implica preguntar y escuchar, preguntar por lo que se piensa o se siente, pedir aclaraciones, ejemplos concretos, sintetizar lo importante, reconocer sentimientos que no han podido ser reconocidos, diferenciar o relacionar temas, momentos o actos de nuestra vida que parecen repetirse...

Grupo 3º. Técnicas psicológicas de cuestionamiento. Se trata de plantear dudas sobre lo que creíamos verdadero o establecido y que tiene que ver con nuestro malestar. Se cuestionan ciertas actitudes, ideas preconcebidas o creencias que a veces nos afectan sin darnos cuenta. Los cuestionamientos pueden derivar en una toma de decisiones importante, o en un cambio de posición ante ciertos sucesos. Permiten profundizar en nosotros mismos y en la forma en que nos relacionamos.


Grupo 4º. Técnicas psicológicas de ruptura o corte del sentido. En momentos muy específicos de una psicoterapia, y más allá de los cuestionamientos, hay ciertos actos, gestos o palabras del psicólogo que, sin saber por qué, nos pueden chocar y sorprender de tal manera que rompen o cortan el sentido que seguíamos hasta ese momento. La ruptura o corte del sentido opera con lo inesperado y la sorpresa provocando un cambio profundo en el proceso de la psicoterapia. Esta técnica no se puede programar ni calcular, pero requiere decisión y valentía para sostenerla; y, en todo caso, depende del momento y de lo particular de cada caso.

3. SOBRE EL PROCESO Y LAS FASES DE LA PSICOTERAPIA.

Más allá de las técnicas que el psicólogo puede usar, el proceso temporal de una psicoterapia no es siempre igual, tiene sus fases en función del punto de ubicación del dolor, el malestar o la angustia que padecemos. Consideramos cinco fases o tiempos diferentes en la psicoterapia. Estas fases pueden alternarse o repetirse; podremos recorrerlas, no necesariamente todas, ni necesariamente en el mismo orden:

1er. Tiempo: Cuando estamos desconectados del dolor. En esta fase podemos hablar de nuestros síntomas o de nuestro dolor, incluso con detalle, pero hablamos sin implicación, sin emoción. Podríamos repetir el relato mil veces y nada cambiaría. La defensa frente al dolor es precisamente esa desconexión afectiva, ese aislamiento emocional. Evitamos así la angustia, la afectación psicológica, el vacío, pero también producimos la separación con una parte de nosotros mismos que tendrá consecuencias: la angustia y los síntomas, tarde o temprano, vuelven y señalan que esa parte no desaparece, que seguimos afectados.

¿Qué lugar, qué acción le corresponde al psicólogo en este primer tiempo? Sobre todo las del primer grupo de técnicas que hemos descrito: escuchar, acompañar, entender, apoyar, esperar... El objetivo es facilitar, en lo posible, que la conexión de la palabra con la emoción pueda producirse. Salir de esta fase, a veces, no depende del psicólogo porque todavía no se ha establecido realmente el vínculo terapéutico. Quizá es uno de los momentos más difíciles para el propio psicólogo: ocupar un lugar en el que no hay lugar.

2º Tiempo: La primera emergencia del dolor. De repente, de forma inesperada, no predeterminada, surge un ahogo, una asfixia como primera manifestación del dolor. Adviene, entonces, un silencio ahogado; queremos hablar, pero todavía no podemos. El dolor aparece y se nos atraviesa como un hueso en la garganta. Es dolor presente, ahogado, silencioso, despojado de sonidos. Un ejemplo en la pintura sería el famoso cuadro titulado El grito, de Edvard Münch. La angustia de esa obra viene de representar el grito como ahogado, silenciado, como lo muestra el hecho de que las personas que se difuminan al fondo parecen caminar ajenos a él.


Pese a todo, este ahogo permite una primera localización del dolor. No se trata de una persona ausente de sí misma, como en la fase anterior, se trata de dolor localizado, concentrado y que emerge en una precaria expresión. Esto abre el lugar del psicólogo porque, cuando uno expresa, expresa para otro, aunque sólo sea una expresión que muestra aquello que no podemos expresar. El psicólogo puede, entonces, colocarse como receptor de esa expresión y romper el aislamiento que el dolor produce, él no es ajeno a esa expresión, la posibilita con su presencia. ¿Cuál será la función del psicólogo aquí? Soportar su propia angustia, esperar, acompañar, dar tiempo.

3er. Tiempo: La expulsión del dolor. Sólo cuando el ahogo llega a un punto límite, el dolor puede ser expulsado de manera audible. Se desencadena, entonces, el quejido, el llanto o el lamento. Nuestra expresión de dolor se materializa y puede ser escuchada, aún antes de constituirse en un discurso, de contener un sentido pleno. La expulsión del dolor toma así una forma de llamada, de demanda de ayuda, lo que conlleva, por fin, la posibilidad de establecer un vínculo con el psicólogo.


La función del psicólogo en esta fase se sostiene en su capacidad de escucha. Su presencia y su escucha permiten que podamos dar consistencia a esa llamada, a esa demanda de ayuda que todavía no ha podido ser formulada o articulada como discurso acabado.

4º Tiempo: Articulación de un discurso. Se establece cuando el dolor expulsado como queja, llanto o lamento toma progresivamente la forma de palabras articuladas en un discurso que busca el sentido. Comenzamos a hablar, pero nuestra palabra ya no suena hueca o vacía como en la fase inicial. Se trata de una palabra en la que estamos totalmente implicados y en la que la emoción está presente.

Esta fase tendrá características y consecuencias importantes. Conllevará la posibilidad de que nuestro dolor vaya dejando progresivamente lugar a nuestro deseo. Primero, deseo de hablar, de buscar sentidos. Segundo, deseo de establecer vínculos que canalizarán el dolor expulsado en forma de deseos.

La intervención del psicólogo en esta fase se caracterizará por facilitar que este discurso genere efectos de conocimiento de uno mismo a través de las técnicas que hemos llamado de clarificación (grupo 2º), y cuestionamiento (grupo 3º). El encuentro con sentidos inesperados, recuerdos nuevos o ciertos descubrimientos personales son habituales en esta fase.


Es importante señalar que, en este momento, el lugar del psicólogo se sostiene por la atribución de un saber (y un poder) que le suponemos. El psicólogo tendrá que soportar esa suposición del saber, pero no identificarse con ella, pues el saber está siempre del lado de la persona que se está tratando. El psicólogo dará soporte a un saber que, en el fondo, tiene poco que ver con él desde una posición ética muy rigurosa. Lo que nos lleva a la quinta y última fase del proceso.

5º Tiempo: Corte o ruptura del discurso: En ocasiones, la instalación prolongada de la psicoterapia en la 4ª fase puede llegar a estancar o bloquear el proceso, a situarlo en un relación idílica o de dependencia con el psicólogo de la que no queremos salir. Se requiere, entonces, un tiempo diferente. El quinto tiempo es, precisamente, el tiempo de lo inesperado que introducen las técnicas que hemos situado en el 4º grupo: el psicólogo tendrá que efectuar una ruptura con la fase anterior que se ha vuelto improductiva a través de una intervención que sorprenda, que no se resuelva desde el saber, que suspenda los sentidos producidos y permita que el proceso continúe circulando.


Este quinto tiempo parece extraño al proceso, pero es importante entender que el cambio psicológico no se produce sólo en uno de los tiempos, ni siquiera en el cuarto, se produce en el recorrido, en la circulación por diferentes fases. La ruptura o el corte de sentidos o saberes idealizados cuando llega el momento puede conllevar dolor, pero el principio es el mismo que el de las vacunas, se ataca al virus introduciendo una porción del mismo virus: somos confrontados a reencontrarnos con una porción de dolor y a avanzar en el proceso.

¿Hasta cuándo? Cada proceso lo dirá. Conviene acordarlo, preparar ese final y hacer una buena despedida. Conviene acordarlo porque, a veces, los síntomas mejoran muy rápidamente pero, si no hay proceso de cambio real, también muy rápidamente vuelven.

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